sábado, 10 de noviembre de 2018

Heterotito

  A principio de año me apropié de un modelo de contrato pedagógico que hizo una profesora de Lengua y Literatura, que se llama Mariel, que se lo pasó a Grisel, y ella a su vez, me lo pasó a mí. No hay mayor satisfacción para un profesor o profesora, que otros profesores roben tus recursos. Socializar el conocimiento, básicamente, de eso se trata el trabajo de un buen docente.
  Como ustedes sabrán, el contrato pedagógico es un recurso muy piola, digo, para dejar las cosas bien claras desde un principio con les estudiantes.
  Todos aquellos que leímos a Foucault alguna vez, reconocemos relaciones de poder en cualquier relación social, sobre todo, entre el vínculo que se establece entre un profesor y sus estudiantes. Por este motivo es importante consensuar con les estudiantes las pautas de convivencia, los criterios de evaluación, y otros asuntos pertinentes que hacen a la cursada de la materia. Para que las relaciones de poder entre educadores y educandos sean legítimas.
  Bueno, pero no nos distraigamos, lo que les quería contar es que, casi al final del contrato pedagógico, hay un párrafo que dice textualmente lo siguiente:
  “No se tolerarán actitudes xenófobas, racistas, misóginas, homolesbotransfóbicas, ni cualquier otro acto discriminatorio por clase, género o etnia.”
  Recuerdo que durante la lectura del contrato con les estudiantes de Tercer año, Segunda división, de la Escuela Técnica N° 7 de Banfield, a ninguno le importó demasiado las cláusulas del contrato, salvo está última. Los ojitos de los chicos se le salían de sus cuencas cuando escucharon esta proposición. Primero me preguntaron el significado de las palabras misoginia y xenofobia, pero su mayor atención se centró en la palabra “homolesbotransfobia”. Un chico preguntó por su significado e inmediatamente otro contestó que hace referencia al colectivo LGTB. La cosa es que todes empezaron a silabear esta palabra: ho-mo-les-bo-trans-fo-bia, una y otra vez, como si fuera un juego didáctico, un trabalenguas. La repitieron y repitieron, hasta que la pronunciaron bien.
  Sin embargo, quiero aclararles, que durante todo el transcurso del año escolar, les chiques no respetaron este punto del contrato. En más de una ocasión, se insultaron entre elles, utilizando las clásicas palabrotas de nuestra misógina, racista, homofóbica, cultura argentina.
  El miércoles pasado estábamos en el aula, trabajábamos con ejercicios gráficos sobre la ley de oferta y demanda, cuando N, un chico que vive en Luis Guillón, muy mal hablado, le dijo a G:
  -Putito, alcanzame la regla-. Ya se venían insultando amistosamente desde hacía varias clases, ya  les había advertido en innumerables ocasiones que no podían decir malas palabras, que estábamos en una escuela, que no estábamos en una cancha, bla, bla, bla… La cosa es que a pesar de mi discursito de maestro ciruela, les pibes siguieron diciendo malas palabras, hasta que en un momento me planté frente a N,  -¿Qué tenés vos contra los homosexuales? -le pregunté de manera solemne. -No profe, nada que ver, flasheó cualquiera, G es amigo mío, se lo digo porque nos conocemos hace mucho tiempo, nos llamamos así amistosamente -, dijo N nervioso, mientras G asentía con la cabeza-.  -El problema acá, es que no estás respetando una cláusula del contrato pedagógico que firmaste-, le dije y continué –no recordás la parte que dice: “No se tolerarán en clase actitudes homofóbicas”-. -Pero le vuelvo a repetir, yo no tengo nada contra los gays, bla, bla, blá… -¡Bueno, con más razón!- repliqué–, vamos hacer una cosa, la próxima vez que quieras emplear esa palabra: -P-u-t-i-t-o (deletreé para no cometer el error de repetir un insulto), cambiala por la palabra heterotito, ¿okey?- Dije,  mientras un silencio se propagaba por todo el aula. -Si vos no tenés ningún problema con el colectivo gay, me imagino, que tampoco tendrás problema con los heterosexuales... -concluí.
  La situación se descomprimió cuando C, una chica que siempre lleva su pañuelo verde en la mochila, y que es muy participativa en clase, le dijo a N: -Entendiste heterotito- Ja, ja, ja, todos rieron y a partir de ese momento, empezaron a insultarse de manera inclusiva, por decirlo de algún modo.
  Para finalizar esta breve crónica escolar, quiero contarles que una dinámica nueva comenzó a cobrar la clase, de tal manera, que con les chiques, llegamos a escribir un listado de insultos contrahegemónicos, que casi ocupó todo el pizarrón. Surgieron insultos como: ¡La heterotísima madre que te parió! ¡Andate al recalcado falo de tu tío!  O ¡Sos un hijo de mil heteros! O ¡Qué blanco de heces sos! Y ¡Callate heterotito! Fueron algunos de los insultos contrahegemónicos que creamos con la ayuda de un diccionario virtual de sinónimos y antónimos.(http://www.wordreference.com/sinonimos/)    
  Antes que suene el timbre, N me interpeló, porque es un chico muy mal hablado y muy desafiante también. Dijo: -Pero profe, también está mal insultar a alguien por ser blanco y heterosexual. No habría que insultar a nadie-   -Por supuesto que está mal.- dije y continúe: -Pero el ejercicio que hicieron hoy, visibiliza que la mayoría de las malas palabras que todos decimos, han sido constituidas histórica y socialmente por los sectores dominantes para despreciar a las mujeres, pobres, minorías sexuales y étnicas-.   -Sigo sin entender, además no me respondió lo que le planteé-, dijo N y sonó el timbre del recreo. –Quedate tranquilo N, que cuando quieras insultar a alguien, no le vas a decir heterotito. Eso, nada más, nos vemos la próxima -, dije, mientras un aluvión de adolescentes escapaban al patio del recreo.

Mauro Sartirana.