A principio de año me apropié de un modelo de contrato pedagógico
que hizo una profesora de Lengua y Literatura, que se llama Mariel, que se lo
pasó a Grisel, y ella a su vez, me lo pasó a mí. No hay mayor satisfacción para
un profesor o profesora, que otros profesores roben tus recursos. Socializar el
conocimiento, básicamente, de eso se trata el trabajo de un buen docente.
Como ustedes
sabrán, el contrato pedagógico es un recurso muy piola, digo, para dejar las
cosas bien claras desde un principio con les estudiantes.
Todos aquellos
que leímos a Foucault alguna vez, reconocemos relaciones de poder en cualquier
relación social, sobre todo, entre el vínculo que se establece entre un profesor
y sus estudiantes. Por este motivo es importante consensuar con les
estudiantes las pautas de convivencia, los criterios de evaluación, y otros
asuntos pertinentes que hacen a la cursada de la materia. Para que las
relaciones de poder entre educadores y educandos sean legítimas.
Bueno, pero no
nos distraigamos, lo que les quería contar es que, casi al final del contrato
pedagógico, hay un párrafo que dice textualmente lo siguiente:
“No se tolerarán
actitudes xenófobas, racistas, misóginas, homolesbotransfóbicas, ni cualquier
otro acto discriminatorio por clase, género o etnia.”
Recuerdo que
durante la lectura del contrato con les estudiantes de Tercer año, Segunda
división, de la Escuela Técnica N° 7 de Banfield, a ninguno le importó
demasiado las cláusulas del contrato, salvo está última. Los ojitos de los
chicos se le salían de sus cuencas cuando escucharon esta proposición. Primero
me preguntaron el significado de las palabras misoginia y xenofobia, pero su
mayor atención se centró en la palabra “homolesbotransfobia”. Un chico preguntó
por su significado e inmediatamente otro contestó que hace referencia al
colectivo LGTB. La cosa es que todes empezaron a silabear esta palabra:
ho-mo-les-bo-trans-fo-bia, una y otra vez, como si fuera un juego didáctico, un
trabalenguas. La repitieron y repitieron, hasta que la pronunciaron bien.
Sin embargo,
quiero aclararles, que durante todo el transcurso del año escolar, les chiques
no respetaron este punto del contrato. En más de una ocasión, se insultaron
entre elles, utilizando las clásicas palabrotas de nuestra misógina, racista,
homofóbica, cultura argentina.
El miércoles
pasado estábamos en el aula, trabajábamos con ejercicios gráficos sobre la ley
de oferta y demanda, cuando N, un chico que vive en Luis Guillón, muy mal
hablado, le dijo a G:
-Putito,
alcanzame la regla-. Ya se venían insultando amistosamente desde hacía varias
clases, ya les había advertido en innumerables ocasiones que no
podían decir malas palabras, que estábamos en una escuela, que no estábamos en
una cancha, bla, bla, bla… La cosa es que a pesar de mi discursito de maestro
ciruela, les pibes siguieron diciendo malas palabras, hasta que en un momento
me planté frente a N, -¿Qué tenés vos contra los homosexuales? -le
pregunté de manera solemne. -No profe, nada que ver, flasheó cualquiera, G es
amigo mío, se lo digo porque nos conocemos hace mucho tiempo, nos llamamos así
amistosamente -, dijo N nervioso, mientras G asentía con la
cabeza-. -El problema acá, es que no estás respetando una cláusula
del contrato pedagógico que firmaste-, le dije y continué –no recordás la parte
que dice: “No se tolerarán en clase actitudes homofóbicas”-. -Pero le vuelvo a
repetir, yo no tengo nada contra los gays, bla, bla, blá… -¡Bueno, con más
razón!- repliqué–, vamos hacer una cosa, la próxima vez que quieras emplear esa
palabra: -P-u-t-i-t-o (deletreé para no cometer el error de repetir un insulto), cambiala por la palabra heterotito, ¿okey?- Dije, mientras
un silencio se propagaba por todo el aula. -Si vos no tenés ningún problema con
el colectivo gay, me imagino, que tampoco tendrás problema con los
heterosexuales... -concluí.
La situación
se descomprimió cuando C, una chica que siempre lleva su pañuelo verde en la
mochila, y que es muy participativa en clase, le dijo a N: -Entendiste
heterotito- Ja, ja, ja, todos rieron y a partir de ese momento, empezaron a
insultarse de manera inclusiva, por decirlo de algún modo.
Para finalizar
esta breve crónica escolar, quiero contarles que una dinámica nueva comenzó a
cobrar la clase, de tal manera, que con les chiques, llegamos a escribir un listado
de insultos contrahegemónicos, que casi ocupó todo el pizarrón. Surgieron
insultos como: ¡La heterotísima madre que te parió! ¡Andate al recalcado falo
de tu tío! O ¡Sos un hijo de mil heteros! O ¡Qué blanco de heces
sos! Y ¡Callate heterotito! Fueron algunos de los insultos contrahegemónicos que creamos con la ayuda de un diccionario virtual de sinónimos y antónimos.(http://www.wordreference.com/sinonimos/)
Antes que
suene el timbre, N me interpeló, porque es un chico muy mal hablado y muy
desafiante también. Dijo: -Pero profe, también está mal insultar a alguien por
ser blanco y heterosexual. No habría que insultar a nadie- -Por
supuesto que está mal.- dije y continúe: -Pero el ejercicio que hicieron hoy,
visibiliza que la mayoría de las malas palabras que todos decimos, han sido
constituidas histórica y socialmente por los sectores dominantes para
despreciar a las mujeres, pobres, minorías sexuales y étnicas-. -Sigo sin
entender, además no me respondió lo que le planteé-, dijo N y sonó el timbre
del recreo. –Quedate tranquilo N, que cuando quieras insultar a alguien, no le
vas a decir heterotito. Eso, nada más, nos vemos la próxima -, dije, mientras un
aluvión de adolescentes escapaban al patio del recreo.
Mauro Sartirana.